Dicen que al fútbol se juega como se vive y en Argentina se vive sin paz. Los entrenadores, si bien no entran a la cancha, también dirigen como viven y se encuentran inmersos dentro de la locura que envuelve a este juego tan pasional y popular que todos se creen capacitados para criticar. Justamente esta popularidad hace que este país sea una cuna de héroes y villanos, que pasan del cielo al infierno según el resultado, todo a partir de esta pasión irracional que lleva el hincha por su club y fomentada (muchas veces) también por el éxito o fracaso que se propone desde los grandes medios de comunicación. En Boca Juniors se vive y respira fútbol de una manera muy particular, el famoso Mundo Boca (como se le suele decir a todo lo que rodea al club) no es para cualquiera que no lo conozca, mucho mas si se trata de ser el encargado de dirigir el primer equipo y en un año electoral, donde lo deportivo no es lo único que se está en juego.
En este contexto asumió Gustavo Alfaro como técnico del conjunto de La Ribera, con la difícil tarea de lograr rearmar un equipo que venía de perder una final de Copa Libertadores con su clásico rival, pero con la obligación de volver a poner al Xeneize en los primeros planos y sabiendo que la vara estaba muy alta. En un principio, a pesar de los grandes cambios, Alfaro logró conseguir buenos resultados que le dieron un respaldo para empezar a armar su equipo. Si bien este buen andar no fue acompañado de un gran juego colectivo, la serie de victorias y la Supercopa Argentina, hicieron que a partir de la segunda mitad pueda verse su sello distintivo. Un Boca hecho casi a su medida, de solidez atrás y efectividad adelante, pero que todavía carecía de desborde por afuera y que sumado a la falta de juego que siempre tuvieron los conjuntos de Alfaro generó la resignación total de la faceta ofensiva del equipo.
De la famosa columna vertebral que se dice que debe tener un equipo (arquero, defensa central, volante central y delantero centro) Alfaro logró consolidar sólo la mitad y la defensiva. Primero le dio continuidad al gran rendimiento que traía Esteban Andrada desde su llegada al arco Xeneize con Guillermo Barros Schelotto como técnico, luego recuperó el nivel de Carlos Izquierdoz que venía de ser una de las caras de la derrota en Madrid y además acertó con la llegada de Lisandro López, que venía sin jugar en el Italia y a quién ya había dirigido en Arsenal de Sarandí. Conformó así la mejor zaga central del último tiempo en Boca, algo que no se veía desde la dupla Schiavi-Insaurralde en el Boca de Falcioni, acompañada también de la gran figura de Andrada y formando un buen tridente defensivo con Iván Marcone. Otro ex dirigido por Alfaro y que llegó para reemplazar al colombiano Wilmar Barrios, si bien siempre fue un indiscutible en el once titular, nunca pudo verse su mejor nivel y esto se debió principalmente a la forma de jugar del equipo. Un volante central que se destacó siempre por ser la salida en equipos como Lanús y Cruz Azul, algo que en Boca casi no se le vio hacer y que sumado a la falta de un generador de juego, hizo que fuera mas importante en el sistema defensivo que en el ofensivo.
Por otro lado, el principal problema del ciclo de Alfaro en Boca ha pasado por el delantero centro o también conocido como el nueve de área. En un principio parecía que era el puesto que mejor estaba cubierto, ya que tenía un dueño indiscutido como Darío Benedetto y un gran suplente como Ramón "Wanchope" Abila. Aunque ninguno volvió al mismo nivel que llevó Guillermo Barros Schelotto a ponerlos juntos, Benedetto tuvo el semestre mas flojo desde su llegada y se terminó yendo a mitad de año, Wanchope volvió a caer en las lesiones y no le permitieron consolidarse como el nueve titular del Xeneize. Mas allá del bajón futbolístico de ambos, está claro que el rendimiento individual estuvo condicionado directamente por el del equipo y mas precisamente por la falta de generación de juego. También hay que agregar que se buscaron alternativas en la posición ante la venta de Benedetto, como fueron las llegadas de Jan Hurtado y Franco Soldano, dos nueves con características distintas y que llegaron por motivos diferentes. El caso del joven venezolano Hurtado fue por una apuesta a futuro del manager Nicolás Burdisso, pero que por necesidad terminó jugando mas de lo que se pensaba. En cambio, lo de Soldano fue por la negativa de varios nombres importantes como reemplazo de Benedetto y terminó llegando como recambio de Abila, pese a que Alfaro decidió usarlo de volante derecho frente a River de visitante y eso generó grandes críticas que luego marcaron irremediablemente su salida del club.
Mas allá de que los partidos se ganan o se pierden en las áreas, no hay dudas de que se manejan y controlan en el mediocampo. Así como el Boca de Guillermo se destacaba por el poder de gol y este de Alfaro por la solidez defensiva, los dos compartían el juego directo y ninguno de los dos le dio prioridad a los jugadores con condiciones creativas. En ambos casos se priorizo mas el sistema que las características de los jugadores, jugadores como Edwin Cardona antes o Emanuel Reynoso y Alexis Mac Allister ahora, fueron desaprovechados al no ser utilizados en donde mejor rinden y al ser "sacrificados" a jugar sobre una banda. Al ser consultado por esto Alfaro manifestó que tanto Reynoso como Mac Allister, si bien eran diferentes, jugaban de lo mismo y que para verlos juntos en cancha iba a tener que llevar a uno a otra posición. Aunque no sucedería en muchas ocasiones, si se vería la mejor versión del equipo con ellos en cancha, justamente cuando el entrenador decidió cambiar de sistema y a jugar con un enganche clásico como hacía tiempo no se veía en Boca. Por último y no por eso menos importante para destacar, el lugar que Alfaro le ha dado a los juveniles del club, que desde su llegada empezaron a tener mayores chances en la primera y en algunos casos hasta en el primer equipo. Fueron los casos de Marcelo Weigandt, Nicolás Capaldo y Agustín Obando, aunque se destaca el caso de Capaldo como el mas emblemático y que mejor refleja este ciclo de Alfaro en Boca.
Como un balance final, teniendo en cuenta los resultados y el contexto de como se venía, no hay dudas de que el paso de Gustavo Alfaro por Brandsen 805 fue correcto y seguramente haya servido como transición para lo que se viene. Está claro que el famoso Mundo Boca no es para cualquiera, que hay que saber en qué momento y cómo declarar; es verdad que las palabras se las lleva el viento, pero en este club toman otra dimensión y repercusión. En su presentación como técnico xeneize Alfaro hizo dos declaraciones que le iban a generar consecuencias, la primera fue la de declarar que Tevez era su bandera, algo que luego el mismo jugador le reprocho al ver que no era tenido en cuenta y que recientemente terminó recriminándole que se sintió usado por su condición de ídolo. Una cuestión discutible, pero que el mismo se impuso por inexperiencia o por no entender el contexto y el lugar en que estaba. La segunda declaración, que resume de la mejor manera su paso por la institución, decía: "Boca está obligado a ganar todo lo que juega. Tenemos desafíos muy fuertes por delante, tenemos que tratar de cumplir eso. Boca no tiene purgatorio, es cielo o infierno". Entendiendo muy bien las reglas del juego y siendo consecuente con lo que decía, se puede afirmar que Alfaro ha quedado a mitad de camino, entre el cielo y el infierno.
Gonzalo Arrese (@gon_ruso)